Qué bonito texto, a un día de abrir las escuelas para que los maestros preparen el regreso -nada fácil este año- para sus alumnos. Un profesor, en verdad, es alguien que vuelve donde empezó, donde se crió y formó, donde creció y se desarrolló como persona y más. Un profesor puede estar de vuelta de todo al llegar a la escuela o volver radicalmente a sus orígenes, encontrarse consigo mismo. Se marcará entonces claramente la diferencia entre lo que hacía y lo que ahora puede hacer, entre lo que acogía y ahora le toca compartir. Una mezcla simbiótica y exigente entre pasado, presente y futuro.

El relato de Lucas está cargadísimo de detalles, precisamente, a esta confluencia entre lo que fue, es y será. El rasgo más distintivo, a mi modo de ver, es la conexión que hay entre lo familiar y lo novedoso, entre lo antiguo mortecino y lo prometido que se cumple. ¿El maestro es, no el que enseña, sino en quien se cumple lo enseñado? ¿El maestro es, no el que habla, sino quien porta autoridad? ¿El maestro es, no el que complace, sino el que provoca? ¿El maestro es, y quizá no puede ser de otro modo, quien anuncia sin ser capaz de enseñar nada, salvo que el alumno aprenda? ¿El maestro es, también hoy, como se ponga impertinente, alguien que puede ser agredido, pese al bien que busca hacer? ¿El maestro es, en definitiva, el que tiene una misión?

Lucas (4,16-30):

En aquel tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»
Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.»
Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Palabra del Señor