Jesús abandona un lugar (o pasa a otro) sin dejar de enseñar. Lo primero que hizo fue enseñar y, de ahí, la palabra «discípulo», que se convertirá en un «siguiente de Jesús». Los maestros del mundo antiguo acompañaban la vida y enseñaban con su vida. No había «horas lectivas», tampoco «horario de asignaturas». La integración estaba más que garantizada. Su «curriculum» era realmente «vitae» y estaba centrado en eso. El conocimiento era para la vida y, por tanto, el aprendizaje era vital. No había más «examen» que el diálogo con el maestro y la vida misma.

Junto a la enseñanza aparece lo que llamamos «milagro» (milaculum, lo admirable lo sorprendente, lo inesperable, lo que sucede con una fuerza que impresiona hasta los ojos). Un milagro cuya palabra desencadenante es: «¡Silencio y lejos!» Siempre me han impresionado estas palabras: «¡Cállate y sal!»  En consonancia con la enseñanza como acción, más que palabras, se pide que la vida aparezca sin contaminaciones, sin injerencias, sin enemigos en su interior.

(Tercer párrafo, al que no quiero acostumbrarme.) Si el profeta en su tierra es despedido, en lugar ajeno es acogido. ¿No deberíamos acostumbrarnos un poco más a salir? ¿No nos da más libertad la salida? Es más, ¿no hace bien a nuestros más cercanos que vivamos en misión más allá de ellos mismos? Incluso, ¿no es vivir para otros nuestra mejor versión, cara, vocación?

(Cuatro párrafo, inexcusable.) Los cristales rotos dañan tanto a quienes quieren vivir hacia fuera como a quienes quieren invitar hacia dentro. En la vida, cuando hay resquicios, se entra duramente y con dolor. ¿Dónde están las puertas?

Lucas (4,31-37):

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad.
Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús le intimó: «¡Cierra la boca y sal!»
El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: «¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.»
Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.

Palabra del Señor