La coherencia, como la simpatía, están sobrevaloradas. Por sí mismas pueden ser catastróficas. Coherencia y simpatía necesitan un anclaje que las fecunde, porque de lo contrario terminan en la barbarie y en el grupismo sectario y partidista. Pueden, sin duda, ser motivo de muerte. Para ejemplo, un botón.

Este texto contrasta dos fidelidades, dos ataduras y anclajes de la vida. Contrasta mucho el inicio en el que el Evangelio nos muestra a Juan (el Bautista, primo de Jesús) y su martirio final. El primer lugar en el que es conocido, el vientre de su madre. El segundo, cobrando protagonismo, en el desierto, en el río Jordán. Primero, la alegría. Segundo, la llamada a la conversión y el arrepentimiento; también la acogida de los que llegaban y su constante incitación a nuevos caminos. En los dos primeros momentos, las personas (especialmente contada a través de mujeres) son protagonistas que empujan su historia y vocación. Sin embargo, su final es un auténtico despropósito, que nos muestran que en el mundo cabe todo, incluso el rechazo del momento crucial de tomar una decisión determinante. Juan asumió su vocación alegremente incluso antes de «nacer», y aquí nos convoca su cruel muerte, a manos de dos sometidos a la voluntad de otro, que no piensan nada más que en ser complacientes y coherentes. ¡Carnero degollado, referencia al sacrificio de Isaías no consumado! ¡En tiempos de Jesús, va en serio! ¡Llega el Cordero, que compartirá sufrimientos!

Marcos (6,17-29):

En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados.
El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo doy.»
Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.»
Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?»
La madre le contestó: «La cabeza de Juan, el Bautista.»
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.»
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.

Palabra del Señor