Ya sabemos que este capítulo del Evangelio de Mateo es un tríptico original y denso, que hablando en parábolas pone los puntos sobre las íes y nos sitúa como pocos en la escucha más que en el diálogo. Sobre sensatas y necias se dicen cosas que las unen y otras que las separan. Quedan igualadas en la convocatoria, en la espera, en el sueño, en formar parte de un grupo, en la escucha y el despertar, probablemente en el deseo, en las ganas, en la esperanza, en la meta y objetivo de su estar ahí de aquella manera. (Hoy medito en su pertenencia a un grupo, en que no han actuado solas ni individualmente; quizá por primera vez me paro en este aspecto.)

Solo las diferencia una posesión, que el Evangelio subraya como preparación, prudencia y sabiduría. Nada más que eso, determina todo lo demás. Un ínfimo detalle. También las separa la petición y el no compartir lo que tienen. Y por supuesto, su final. Este capítulo habla del final, de lo radicalmente último dependiente de todo lo demás pasado, pese a su insignificancia. ¡Qué curioso y qué difícil de entender!

Mateo (25,1-13):

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.» Pero las sensatas contestaron: «Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.» Mientras iban a comprarlo llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: «Señor, señor, ábrenos.» Pero él respondió: «Os lo aseguro: no os conozco.» Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»