Me gustan mucho ciertos lugares. Algunos, muy simples, significan mucho en mi vida. Otra persona tiene todo el derecho del mundo en estar allí y no vivir nada. No lo discutiré nunca. En ciertos lugares ocurren milagros, aunque no para todos. Lo mismo que yo he estado en muchos sitios que son importantes para otros como si tal cosa.

El Evangelio nos habla de un lugar sagrado por excelencia. Cuya importancia no se discutirá jamás. Es un templo sin piedras. Más templo cuánto menos endurecido. Ese lugar, el cuerpo de la Vida, perdurará para siempre. Ojalá nunca más se confundan vidas y piedras; pero eso comienza con vidas que no permiten ser petrificadas.

Evangelio según san Juan.

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: -«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.» Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: -«¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: -«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.» Los judíos replicaron: -«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Palabra del Señor