Conviene leer con cuidado el texto. Siempre, por supuesto. E ir imaginado lo que va sucediendo, para no perder detalle. Hoy lo que sucede es que, esos hombres que critican al maestro por estar sentados a la mesa con pecadores, también están sentados a la misma mesa. Se critica de otros exactamente lo mismo que se está haciendo. Allí, a la vista de cualquiera. Resulta ridícula la escena y no por ello improbable.

Pero el foco, desde el inicio, está en lo que supone de salvífico y extraordinario. Mateo, me atrevo a decir, ya no es el mismo desde que escuchó el «sígueme» y, sin embargo, hay quien ancla a otros en una categoría inamovible que ya nunca jamás podrá deshacer. Así de brutal es, a mi entender, la experiencia de muchos. Incapaces de cambiar y acoger salvación porque nadie, de ningún modo, se la ofrece. Lo único que llegan a sus oídos son las críticas y comentarios viciados de quienes, en su maldad más absoluta, se sienten mejores que los demás porque nunca jamás se miraron a sí mismos.

Ojalá resonase más en el mundo las miradas y palabras que nacen de la misericordia. ¡Maldito juicio que condena y esclaviza!

Mateo (9,9-13):

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»